DOMINGO TERROBA

Relatos autobiográficos

Crecí con el miedo pegado al cuerpo. La homosexualidad era un estigma y, me temo, que aún hoy lo sigue siendo. Los amigos se apartaban para no contagiarse. El día delataba, pero la noche era segura, así que salía a jugar cuando las calles se quedaban desiertas. Fui un niño muy inseguro. Tenía miedo de todo. Dejé de sonreír porque me dijeron que solo los maricas suavizan el gesto. Y suprimí las “eses” porque solo los maricones siseaban, me reprocharon. Así me convertí en un adolescente con fracturas emocionales profundas. Y, no vale decir; el dolor te hace más fuerte, o las experiencias te curten. No. Esa literatura se la dejamos a Pablo Coelho; el universo no coopera ni conspira a favor ni en contra de nadie; a cada uno le toca su historia y punto. Alcancé la edad adulta herido, zurciendo cicatrices con fotos que no pegarías en ningún álbum, ni mostraría a nadie. El dolor perdura, aunque ya no lastime. Queda echar mano del olvido, claro, pero este se resiste cuando advierte que lo utilizas para evadirte. Se oye tanta frase barata; “somos lo que fuimos”. No. ¡Somos tantas cosas…! sobrevivimos a tantas identidades como las experiencias han decidido moldearnos. La memoria es embustera, recuerda a conveniencia y olvida a su favor. Pero lo que se grabó a golpes de emociones perdura; lo demás, quizás por lo insignificante, se pierde en entre las horas, los días… en la memoria del tiempo.

  El pueblo donde nací estaba rodeado de montañas. Yo me quedaba mirándolas, queriendo cruzarlas y ver que había al otro lado de las cumbres. Llegó ese día. Salí al mundo y conocía la vida, a las personas; hasta donde ellas me permitieron conocerlas, y tuve experiencias. Ahora, mirando desde la misma ventana, me doy cuenta de que no hubiera hecho falta ir tan lejos. Bastaba con dejar correr los años y, una cristalera a la calle, desde donde se pueda ver el mundo.