Cuesta creer que, a estas alturas de la vida, donde el conocimiento salta pulsando una tecla, la información a la mano de todos y la inteligencia artificial dominando el mundo, siga existiendo el Estado Vaticano, una institución política con una extensa biografía de asesinatos, crímenes, abusos de la carne y corrupción a cualquier nivel como ninguna otra fundación religiosa o ente mercantil disfrazado de fe cuenta en su memoria.
Y aquellos que depositan su esperanza y la obtención de la licencia para la vida próxima de manos de una camarilla de depravados que viven en la opulencia, que jamás han socorrido a un necesitado, que han corrompido y falseado el mensaje de un judío llamado Yēšūa ben Yoséf, esperan ahora la aparición entre humo de fogata del nuevo gestor de la banca Vaticano, la más rica del globo y paraíso fiscal.
Fogata cuyo origen nace allá por el S. XVI que, a falta de Instagram, tick tock o el Corriere de lla Sera, se echó mano a los medios del momento, bastante básicos, a sabiendas que la elección de los papas se hacía en sus orígenes mediante sobornos o decreto real. Peor de los ejemplos; Benedicto IX, el papa infame, asesino, perverso, “tan execrable que me estremezco al pensar”, dijo de él Víctor III, quien vendió su corona por 1.500 libras de oro a su asistente espiritual Juan Graciano, transfigurado después en el papa Gregorio VI.
Muy lucrativa la biografía del Vaticano, que ni siquiera la supera, y ya es apuntar alto, el gobierno más corrupto y ramero de la historia de España; la famiglia Sánchez.
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